Opinión - Diego Monroig
Podría estar encabezando la crónica de uno de los tantos viajes de Boca al exterior que me ha tocado cubrir, pero no. Los más de cincuenta mil argentinos en Qatar sembraron en pleno desierto una semilla que ya dio sus frutos y se inmortaliza para siempre. Le explicaron al mundo el significado de "Argentinidad". Algo tan increíble como extraordinario, al igual que sucede con Boca en cada rincón del planeta.
Por: Diego Monroig
19 de diciembre de 2022
Qatar se anunciaba al mundo como un destino éxotico, desafiante y culturalmente opuesto. Incluso hubo mucha gente de otros países, sobre todo europeos, que optaron por darle la espalda a sus costumbres e inquebrantables métodos al aplicar las leyes. Sin embargo, el gen argentino demostró una vez más que se adapta a todo.
Con o sin boletos para los partidos, con o sin hospedaje o hasta vagando de un lado al otro con la valija en la mano a la espera de un ticket o una cama, el mundo comenzaba a mirar de reojo la marea celeste y blanca que a medida que pasaban los partidos se embalaba cada vez con mayor euforia. Muchos se fueron y volvieron, otros cambiaron la vuelta y se quedaron con lo puesto.
Sin embargo, la nota la darían quienes a la distancia en la previa no habían planeado pisar Doha. A medida que el equipo destilaba emoción, entusiasmo y coraje comenzaban a envalentonarse a la distancia. Y de un día para otro decidieron armar el bolso, subirse a un avión y comenzar a pelear por una entrada. Miles de fanáticos y fanáticas configuraban una masa popular nunca antes vista en la historia de los mundiales.
Argentina daba la nota, su gente empujaba con decisiones incomprensibles desde la razón y justificadas solamente en el plano de la pasión. Se construía de a poco un marco ideal a la espera de lo que se terminó dando. Esta Copa del Mundo quedará en la historia como la que tuvo la mejor final de todas y por suerte fue a nuestro favor.
El primer Mundial en Medio Oriente, el primer Mundial jugado a fin de año, el mejor Mundial de Messi, simplemente el mejor Mundial de todos. Sobre todo por cómo se fue gestando el camino a la final y lo que iba despertando el equipo a medida que iba avanzando de fase. Esta Selección fue la más amada de todas a lo largo de la historia argentina. Sin contra alguna popularmente y con cuarenta y cinco millones de soldados dispuestos a defender cualquier crítica malintencionada.
Este equipo quebró todo tipo de grietas en una sociedad adicta a llevar todo a un extremo u otro. Y fue representado en forma desmedida no sólo en Qatar, sino en cada rincón de Argentina y hasta en sociedades lejanas a nuestra cultura. Bangladesh, India por ejemplo con su innumerable población ayudaron a que durante estos casi cuarenta días, la celeste y blanca se convierta en la camiseta más vestida del planeta.
Valió el esfuerzo, la distancia y la locura de escuchar al corazón y no a la razón. El futbolero argentino es único. Me resulta fácil describirlo y entenderlo por estar hace tantos años cerca del movimiento popular más grande del mundo llamado Boca Juniors. En esta oportunidad, la azul y oro se camufló con camisetas de otros colores convirtiéndose en el mejor ejemplo posible de unidad y fuerza.
Después de este Mundial el que no aprendió que si estamos todos juntos es todo más fácil y se convierte en posible, no entendió nada. Este equipo recibía en la cancha lo que le llegaba desde las tribunas y lo que se gestaba en las tribunas era generado desde el campo de juego. Tal cual rezaba el hashtag con el que la Selección Argentina llegó a Doha: Todos Juntos. De eso se trata, tan sencillo como eso.
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