"El campeonato local es mi obsesión, tenés que dejar el alma y el corazón", la ebullición de la 12 al ritmo de Fito Páez, figura del rock absolutamente destacada de la época, describe a la perfección lo que fueron aquellos años para Boca. Tras la conquista del campeonato Metropolitano en 1981 con Diego Armando Maradona y Miguel Ángel Brindisi como figuras absolutamente excluyentes, fueron exactamente once años donde a la institución Xeneize le resultó esquiva la posibilidad de consagrarse en cualquier tipo de competición dentro del ámbito doméstico.

Primero fue la crisis más profunda que vivió la institución a comienzos de la década del ochenta la que imposibilitó cualquier tipo de consagración. Luego y ya más acomodado en lo económico y financiero, el campeonato de la temporada 1988/89 perdido en manos de Independiente y la insólita final también perdida con Newell's en La Bombonera sin Latorre y Batistuta (figuras principales del equipo en ese momento) ya en la temporada 1991, quizás los momentos que más cerca se estuvo pero por diferentes motivos, a Boca siempre le faltó algún condimento para llegar a alzarse con la consagración final.

Fue por aquél entonces, la Supercopa obtenida en el año 1989 con el Cai Aimar como entrenador y figuras en cancha de la talla de Juan Simón, Claudio Marangoni, Alfredo Graciani y Diego Latorre, la competencia que se transformó al menos en la posibilidad de disfrutar de una conquista importante obtenida por la institución. Aquella que se consiguió tras el penal atajado por Navarro Montoya a Artime y la inolvidable definición de Blas Armando Giunta con corrida de cara a la gente y un inolvidable festejo desatado en Avellaneda sobre el cierre de una noche tan calurosa como épica.

Sin embargo y como marcaba la enorme cantidad de gente que como siempre, seguía al equipo a todos lados, la competición local y la posibilidad de una consagración, se había transformado ya en una verdadera obsesión para la hinchada. Fue por eso que Boca, una vez más, se preparó con todo para encarar la segunda parte del año e intentar quedarse con un torneo que se llamaba increíblemente Apertura pese a jugarse en el tramo final de la temporada.

Con la continuidad del Maestro Oscar Tabárez como entrenador y las flamantes incorporaciones de Mac Allister, Carranza, Neffa, Charles, el Manteca Martinez, Rubén Pereyra y un nuevo regreso al club del gran Chino Tapia, el equipo se acomodó rápido a las pretensiones del DT y logró liderar el campeonato de principio a fin.

Los importantes triunfos conseguidos frente a los dos principales competidores en la lucha por la consagración, San Lorenzo (fue 2-1 en el Monumental) y River (1-0 en la Bombonera), encaminaron a Boca hacia el esperado festejo que se concretaría finalmente la calurosa noche del 20 de diciembre del '92 ante 60.000 almas que colmaron a pleno cada sector del estadio por entonces denominado Camilo Cichero.

La cita final se desarrolló recibiendo a San Martín de Tucumán, el empate alcanzaba y en el arranque del partido, Solbes, delantero del equipo visitante abrió el marcador dejando enmudecida a la multitud Xeneize. Tras el descanso que otorgó el entretiempo y con la estelar aparición en escena del pibe Claudio Benetti que clavó en el segundo palo un derechazo tan potente como certero, el equipo del Maestro consiguió la ansiada igualdad y luego de once años, al fin Boca pudo gritar nuevamente la palabra campeón!

Aquella casaca que quedará por siempre en el más profundo recuerdo del hincha, con un tono azul francia, quizás más cerca del celeste brillante que otra cosa y con el amarillo tanto sobr el pecho como en un cuellito por demás particular y emblemático de la época, tendrá a partir del partido hoy su sentido y merecido homenaje. Realmente era hora, tanto aquél histórico plantel como su tan querida camiseta, claramente lo merecían.