Cinco años habían pasado desde su partida. Los europeos nunca entendieron el estilo de potrero que tenía Juan Román Riquelme, el cual mezclaba lujos con magia y rebeldía. Quizás, la frialdad que caracteriza a los del viejo continente no les permitió gozar de quien supo ser uno de los mejores jugadores de la primera década del siglo, pero en casa lo estábamos esperando.

Después de tener varias diferencias con sus entrenadores, el 10 recibió vía libre para regresar a Boca y no la desaprovechó. Fue un 18 de febrero hace ya 15 años. La Bombonera, hermosa como siempre, se había llenado para el primer partido como local en el Torneo Clausura, donde el rival de turno era Rosario Central.

El contexto era especial. El Xeneize tenía el reencuentro con su gente después de la catástrofe vivida en la final perdida ante Estudiantes de La Plata en la definición del Apertura, por lo que rápidamente necesitaba dar vuelta la página que desencadenó en la salida de Ricardo La Volpe como DT.

Con camiseta alternativa -una peculiar blanca con bastones negros que emulaba a una de las primeras de la historia-, el estadio explotó para recibir nuevamente al ídolo, que llegaba a préstamo para seguir agigantando su figura hasta la inmortalidad.

Aquella tarde en el Alberto J. Armando, el Boca de Miguel Ángel Russo formó con: Caranta; Ibarra, Maidana, Díaz, Morel Rodríguez; Ortemán, Battaglia, Cardozo, Riquelme; Palacio, Palermo. Siendo estos últimos tres un grupo que se transformaría en letal para todos los rivales que intentaran anteponerse en su camino.

Sin deslumbrar en su juego, el equipo empató 1-1 contra el Canalla. Sin embargo, meses después se verían los resultados de un Román que estaba afilado. En un nivel muy alto, se puso el plantel al hombro y fue clave para concretar la conquista de la sexta Copa Libertadores.