La Copa Libertadores, el máximo título a nivel sudamericano, ese que nos viene siendo esquivo hace quince años. Desde este mismo día. Nunca sabríamos que la espera para la séptima sería tan larga, por eso, esta gesta del equipo de Riquelme, Palermo, Palacio y compañía cada día toma más valor en el recuerdo de los bosteros.

El camino no fue fácil, nunca lo es, pero en esta edición fue verdaderamente difícil. Ya desde fase de grupos la cosa se dificultó cuando a falta de un partido, estábamos afuera de octavos de final. Para pasar, y como segundo, debíamos ganarle a Bolivar en cancha de Velez por mínimo 4 goles. Y así fue, el equipo goleó a los bolivianos por 7-0 y se clasificó para octavos.

En esa instancia justamente nos vimos ante el rival que nos prestó la cancha, Velez, y pasamos con alguna sosobra pero con clasificación al fin, por un global de 4-3. En cuartos nos tocó enfrentar al equipo paraguayo, Libertad. En este caso los roles se invirtieron y logramos sacar la ventaja en Paraguay, por 2-0, y en la Bombonera no se pasó del empate por 1-1.

En el paso previo a la final, nos vimos las caras contra el sorprendente Cucuta de Colombia. La cosa parecía negra luego de una derrota por 3-1 en suelo paisa. Pero en aquel mítico partido de la niebla en la Boca, el xeneize demostró porque es el equipo más copero del país y goleó por 3-0 a los colombianos.

Finalmente, y curiosamente, la llave decisiva tal vez haya sido el escollo más fácil de roer. El rival fue Gremio de Porto Alegre. Y con una goleada en la ida por 3-0 en Argentina, y un lapidario 2-0 en Brasil, de la mano de un estelar Riquelme, como durante toda la copa, conseguimos el título.